martes, 7 de junio de 2011

Morfina para el corazón


Familias enteras escarban entre la basura todos los sábados en la ciudadela Las Fuentes. Los mineros luchan contra la discriminación y el desempleo.


Fotografías y texto: R. PAÚL LÓPEZ CHAMORRO





Son las 06:50 del sábado y las primeras fundas empiezan a aparecer en las veredas del barrio. Las amas de casa aún están en pijama. Mirando a lo lejos, las calles tienen decenas de puntos amarillos, negros, rojos y blancos; son objetos indiferentes para algunos transeúntes, pero valiosas oportunidades de vida para otros, que solo están esperando el momento ‘perfecto’.
Las “patronas” amarran fuerte la bolsa de desechos recopilada en los últimos días, esperando que los perros callejeros no puedan romperla, para que la basura no termine desparramada frente a su vivienda. Ajustan los extremos del nudo muy fuerte, miran a ambos lados y regresan a su hogar.
Inmediatamente y de la nada, aparecen en la calle varios rostros llenos de agonía, con miradas que reflejan temor, tienen miedo de ser rechazados, criticados, expulsados de la calle por las que segundos atrás, eran las dueñas de la basura.
Se escabullen entre las puertas intentando ser invisibles, se esconden detrás de los postes; algunos ocultan su rostro con chalinas o bufandas, otros, solo utilizan gorra, y cuando sienten la presencia de extraños, bajan la cabeza y así evitan ser identificados.
Son los mineros de basura, hombres y mujeres, niños y ancianos, que buscan ganarse la vida de una manera extraña pero honesta, “todo es  bueno mientras no sea robar en la calle”, dicen.
Crisis Social
Para ‘María’, una nueva jornada de trabajo inició a las 04:30. Vive en las faldas del Putzalahua y desde allí, viaja junto a su familia en busca de comida para sus cerdos y cualquier objeto valioso que se pueda encontrar.
La vida “no ha sido buena” con ella, según comentó. Tiene 24 años y es madre de tres hijos, Julián, Daniela y Roberto, de ocho, seis y tres años de edad respectivamente. Hace más de un año, su conviviente le dijo que saldría a trabajar y nunca más regresó. “Es mi culpa que se haya ido, yo nunca llevaba la plata a la casa como él quería”.
Sin educación, sin trabajo, sin la imagen paternal para criar a sus hijos y sin el bono económico que da el Gobierno, solo resta trabajar en lo único que aprendió desde niña, una herencia que adquirió a la fuerza, cuando acompañaba a sus padres en el mismo oficio, buscar entre la basura.
Oportunidad de vida
Ya segura de que la dueña de casa cerró la puerta de su domicilio, ‘María’ corre desesperadamente hacia la funda de basura, antes de que otros mineros lleguen y le arrebaten lo poco que pueda conseguir.
El nudo casi perfecto hecho por la “patrona”, no impide que ‘María’ cumpla con el objetivo. Debajo de su chalina, porta una punta de oz (cuchilla para cortar la alfalfa) y rompe la parte superior de la funda.
Con su cabeza hace una señal y detrás del poste aparece el rostro de uno de sus hijos; la minera observa hacia los lados y verifica que no hay peligro. Con su otra mano llama al primogénito (Julián), y éste, cual asistente experto en su trabajo, corre despavorido al lado derecho de ‘María’ y recolecta en un balde todo lo que su madre clasificó como ‘bueno’.
Cáscaras de fruta, restos de arroz cocinado y carne en mal estado, son algunos de los ‘tesoros’ encontrados.
De pronto, algo irrumpe la concentración de ‘María’. Son los gritos de alguien que corre con gran velocidad directo hacia ella. La madre se levanta y aprieta con su puño la oz, lista para lo que pueda suceder.
Julián hace lo mismo, y se echa a correr con una sonrisa en su rostro, “donde lo encontraste, había más, bótala en el piso”, grita Julián.
Era su hermana Daniela, que mientras ayudaba a su abuela en otra calle del barrio, halló una pelota de fútbol ponchada y se la trajo a su hermano para que juntos pudieran jugar.
Los niños ponen a rodar el balón en el pavimento y la bulla alerta a la ama de casa, que sale desde su domicilio para pedirle a la extraña deje en paz su basura.
“Así son las patronas, algunas nos dicen en que funda está la comida, otras nos regalan pan, pero a veces nos lanzan cosas o nos hablan (insultan) para que dejemos su basura (…); yo nunca dejo nada regado, cuando saco lo que me sirve vuelvo a amarrar la funda para que no se enojen”, explicó.
La hora de partir ha llegado y el anuncio es una conocida canción que se escuchaba desde hace varios minutos. Con el sonido cada vez más cerca, los mineros luchan contra el tiempo para recolectar lo último que pueden.
La jornada de trabajo debe terminar porque en la esquina se ve al carro recolector de la basura, son las 09:15. ‘María’ cuenta los recipientes que logró llenar y sabe que no fue un buen día, los dos baldes le servirán para alimentar a sus cerdos solo por una tarde.
Se resigna y respira profundo, por un momento su mirada se entristece, pero al poco tiempo una sonrisa se pinta en su rostro. Julián y Daniela siguen jugando con su nueva pelota en la calle; verlos saltar y correr con emoción, detrás de una pelota  que casi no gira, es una escena que se ha transformado en morfina para el herido corazón de la joven madre.